
el niño sabe que si amanece en sitio distinto de aquél donde concibiera el sueño es cosa de sus padres, no se molesta en descartar a su hermana, no la tiene en cuenta. el niño que llevamos dentro es más torpe a la hora de averiguar los caminos que surcaron las nubes a lo largo del día, no pone interés y es incapaz de identificarlas aunque salgan en las noticias de parte del meteosat. he descubierto que los movimientos de niños y de nubes están acotados, son finitos, numerables, y que nadie puede contarlos.
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